Que eras la mujer de mi
vida
que así sería por siempre
lo supe pronto.
No por tu estilo preciso
de rebeldía conjugada con
una belleza quieta.
Ni por tu peinado, con la minuciosa
raya que delimitaba el cielo.
Ni por tu voz dulce como
si te hubieras tragado una luciérnaga.
Ni por tu rostro
perfectamente tallado
cuya nariz era
atravesada por anillos de hierro.
Sino porque siempre creí
que me sabías entender
por dentro.
Yo era para ti un cuaderno
en blanco
todo lo podías leer
y cualquier cosa lograrías
escribir.
Tus tristezas y las mías forman
parte de la misma melancolía.