Llegó un día
que el silencio no
pudo soportarlo
y rugió
como el hambre.
El hambre se esconde
junto a las guaridas
del miedo,
se esparce indeciso por
las entrañas de la tierra
con la cautela
del viento.
El hambre se reconoce
así mismo
está labrado en los surcos
profundos de cada mano.
Tiene echados todos los
candados,
sobrevive al tiempo como
la noche y el mar
a base de costumbre.
El hambre tiene la
cautela
necesaria
para no salir gritando.
Se caen los día del
calendario y
el hambre se torna
insoportable.
Los puñales abandonan
sus vainas
viajan sin dueño.
Los cabellos se
pliegan a las metrallas.
Los portales ya no
cobijan besos
sino bandidos surgidos
del entresuelo
Los
jóvenes no quieren marchitar sus sueños
tiene
el alma disecada.
Los jóvenes gritan:
No quieren
transmutarse en carne.
Quieren un mundo
entero para ellos
tienen la avaricia
del que sólo posee tiempo.
Hay aire entre sus venas
una
bala entre los dientes
y
un angustia que no cesa.
Tienen
ganas de un mañana distinto
y
saben que no vendrá
si
no se levantan y mueren.
La
revolución amanece con las aceras despeinadas.
Las
papeleras vuelan como
mariposas
a las que se les acaba el cielo.
La
revolución golpea el asfalto
como
la lluvia en un día sediento
Alguien
dibuja una línea
justo
en el frente.
En
la línea de enfrente
con
el adoquín en la mano
junto
a un dolor que ya no se esconde.
En
la línea de enfrente
con
el amasijo de lápices de colores
que
servirán para transcribir el conjunto de mis quejas
En
la línea de enfrente
arrastrando
el miedo tatuado sobre la piel.
La
sangre como tinta.
El
sudor como cuaderno.
Y
entonces
el
hambre se tornara en lágrimas.
Y
una vez más
la
historia regresara al lugar de siempre.
Junto
a la muerte.